Alejandro es un tipo duro, aunque no se note en la cadencia de su voz, en la amabilidad de su trato, en su paciencia jujeña, imperturbable.
Alejandro Vilca, el diputado, sufrió una grave herida en los ojos pero dos días después nos llegan dos breves mensajes claves «Mejor, casi listo» dice uno, y el segundo «Para volver a las calles». Ese es Alejandro.
Cuando Alejandro llegó, aquella primera vez, al Congreso hubo notas, semblanzas aquí y allá, los medios estaban re sorpresa con el diputado coya.
Pero en el imperio del inmediatismo las personas pasan, como todo viste vos.
Pero Ale sigue ahí, firme en su banca, desde donde bajan, en norteña tonada, las denuncias que muy pocos allí presentes, de caros trajes y elegantes corbatas quieren escuchar, esas denuncias son las letras de la verdad, la de un pueblo devastado pero que resiste.
Ahí desde esa montaña, como aquella que antes ocupaba la izquierda de la Revolución Francesa y ahora en el siglo XXI ocupa el trotskismo en el sur de América.
De ahí baja la voz coya, la voz del hijo de la que fuera empleada doméstica de un diputado radical que se quedó helado cuando Ale le contó el detalle.
Y Ale baja de aquel escenario a la calle y pone el pecho a los soldaditos de la ministra, porque antes que nada, Ale, es un militante y eso es algo que hacen los militantes de la izquierda, ponen el cuerpo.
Asustadizos devotos de las urnas ensayan argumentos más flojos que los de un terraplanista, «no me gusta la foto troska peleándose con la policía» dice un Grabois muy cómodo por teléfono. La frase del 10 sobre los jubilados a él no lo toca.
Pero los enfundados en camiseta de mil clubes que están bancando la calle con los jubilados son todo lo contrario, lo saludan a él, a Ale, a Nico, a Chipi, a la Rusa, a los que están ahí bancando la parada, las pasiones que ahí se enlazan son pasiones combativas, no como las de los que la miran por tv esperando que no se vean tanto las banderas rojas, con la yema de sus dedos en la calculadora electoral.
Ahí Ale recibió el gas en los ojos ¿Será el símbolo involuntario de un poder que ya no sabe que hacer para eisimular l que el rey está desnudo y, encima, haciendo el ridículo?
Ya se dijo que Ale era recolector de residuos en el humilde barrio de Alto Comedero en las afueras de San Salvador de Jujuy, quizás no se dijo tanto de la feroz pelea que dió para conseguir el pase a planta permanente de sus compañeros, que como castigo justo a él no lo efectivizaron, que creyeron que lo castigaban mandándolo a correr detrás del camión recolector pero que eso al revés lo fortaleció. Nada nos impide imaginar a este coya encantador llegando al congreso en su camión recolector con sus compañeros arriba, ciertamente es una imagen más agradable que Milei, sus autos de la soledad y su mueca nerviosa, insostenible.
Es que eso no entienden de un tipo así, le pegan y se fortalece. Podemos impostarlo y decir: Señores, mucho gusto, Alejandro Vilca, militante revolucionario.