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Cuando el caudal de amor va a los animales y no a los hijos

Quizás seamos exagerados al decir esto, pero, si seguimos así, no va a quedar nadie por acá. La decreciente tasa de natalidad en muchos lugares del mundo, incluyendo a nuestro país, pareciera proyectar un lánguido y gradual apocalipsis en clave demográfica, que está preocupando mucho a gobiernos y científicos.

Sería un apocalipsis signado por un no nacer, antes que por ese morir generalizado que hemos imaginado dramáticamente hasta ahora. Las estadísticas, y específicamente las realizadas en la ciudad de Buenos Aires, nos hacen pensar que, en ese futuro vislumbrado sin niños y lleno de ancianos, abundarán, sin embargo, los perros y los gatos.

Es que estos animales en la actualidad, por lejos, superan en número a los niños en la ciudad, algo impensado poquísimos años atrás. Según la Encuesta Anual de Hogares 2022, en CABA se registraron 861.852 mascotas, dividida en 493.676 perros y 368.176 gatos; mientras que se contabilizaron 460.696 niños y niñas menores de 14 años.

Podemos afirmar que la posesión de mascotas de una manera humanizada es un fenómeno que genera pasión y mueve emociones intensas, siendo uno de los elementos socioculturales que marcan la peculiaridad del tiempo presente. Ya es un lugar común que se llame “hijos” a perros y gatos, y “padres” a sus dueños.

Las implicancias psicológicas y sociológicas de esta forma de nombrar la relación con los animales son complejas. Es claro que hoy muchas personas prefieren tener un perro o gato a tener un hijo, y ni hablar de tener dos, tres o, vaya “locura”, cuatro vástagos.

El fenómeno del “perrhijo” pone en evidencia un corrimiento en los vínculos y en la manera de entender la fecundidadShutterstock

No es solamente la dificultad económica (que no negamos) la que signa esta elección, ya que, por ejemplo, en Níger, un país con un alto índice de pobreza, la tasa de fertilidad es de 6,8 hijos por mujer, y en Suiza, país con muy alto nivel de vida, 1,57. En la Argentina, la tasa es de 1,4.

Causas culturales, políticas, filosóficas, sociológicas, religiosas… ¿Están las mascotas reemplazando a los hijos? Podríamos pensar que sí, y así lo afirman algunos, o lo expresan en acto al llamar “hijos” a sus perros y sus gatos.

Sin embargo, queda claro que tener hijos no es lo mismo que tener mascotas, más allá de lo que estas significan a nivel emocional o como signo de la toma de conciencia de la dignidad de los seres vivos, que no son “cosas”, ni mucho menos.

Si bien las diferencias entre animales e hijos parecerían obvias, no todos lo toman así y cada tanto hay que puntualizar lo diferente que es criar y, sobre todo, amarlo, a hacerlo con un perro o un gato, por más que es real que, insistimos, la intensidad e intimidad emocional de la relación con las mascotas puede ser luminosa y sanadora para la afectividad de sus felices poseedores.

Hay una idea que dice que los vínculos afectivos sirven para llenar un “vacío”. Sin embargo, proponemos una idea diferente, que es que los vínculos existen para poder desplegar y compartir un “lleno”, no para llenar un vacío.

Se trata de un caudal, un sentir, que surge y se atora en el alma cuando no encuentra destino. No duele no tanto lo que nos falta, sino lo que tenemos, pero no podemos desplegar y compartir.

Siguiendo esa reflexión, hay un amor que antes se ofrecía a los hijos que, ahora, va hacia las mascotas. Ese caudal afectivo es inducido a un camino muy diferente y acotado, si comparamos una mascota a lo que significa la crianza de personas.

Una pregunta clave para pensar el rol afectivo que ocupan hoy los animales de compañía

La idea es señalar esa diferencia, sin enjuiciarla, para no homologar lo que no es homologable.

La fecundidad tiene muchas caras, entre las cuales una muy importante que, además, hace a la supervivencia de la especie: tener hijos. Lo fecundo de las personas se pone en juego en su creatividad, en su capacidad generadora, su disposición amorosa, entre otras características.

Tener o no hijos es un derecho, eso no se discute, y lo que hoy nos interesa es seguir el camino de los afectos cuando la opción de tener hijos es voluntariamente dejada de lado y entran las mascotas en la ecuación.

En realidad, no sabemos qué pasará con nuestra especie. ¿Realmente languideceremos en un mundo lleno de ancianos, sin hijos ni nietos que los visiten, porque nunca nacieron?

Lo que sí podemos imaginar es que, en esta dirección, de a poco las plazas serán de las mascotas, más que de los chicos.

La intensidad e intimidad emocional de la relación con las mascotas puede ser luminosa y sanadoraShutterstock

Así las cosas, no podemos negar la tristeza que surge de solo imaginar que en unos años se escucharán más ladridos en los parques que el griterío de los chicos que juegan. No sabemos si será efectivamente así, pero la posibilidad es cierta.

Mientras tanto, queda hoy observar qué nos pasa en el presente cuando el porvenir juega con apagarse de a poco. Porque no solamente el presente genera futuro, sino que también el horizonte define nuestros pasos, y el sentido de los mismos, en el hoy.

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