Tres empresas pertenecientes a las cadenas agroindustriales se presentaron ayer en convocatoria de acreedores: SanCor, Los Grobo y Red Surcos. Si bien el tema estaba cantado, porque las tres ya habían anunciado e iniciado el default, lo que sucede tiene graves implicancias porque subraya la imposibilidad de un remedio menos cruento, como algunos alentaban. Ahora dejan un tendal de dolientes.
¿Cómo puede estar sucediendo esto en el sector más dinámico, eficiente y promisorio de la economía argentina? ¿Es culpa del gobierno? ¿Son los precios internacionales? ¿Es la sequía?
Son tres casos bien distintos. Lo de SanCor viene de lejos. Incluso, desde antes de los fallidos negocios con la Venezuela de Chávez, cuando a instancias del gobierno kirchnerista se hicieron enormes ventas de leche en polvo, que nunca se pagaron. Pero además la empresa cooperativa ya venía patinando. Dejó pasar en su momento la oportunidad de venderla a una compañía que contaba con recursos económicos y técnicos para salvarla, primero, y desarrollarla después.
Pero el diablo metió la cola: Néstor Kirchner en persona salió al cruce de esa operación aportando el salvavidas de plomo del negocio bolivariano. Tuvo corta vida. Las penurias financieras arreciaron y la empresa se tuvo que ir desprendiendo de sus activos. Marcas, plantas, gente. Recibían 3 millones de litros por día, ahora no llegaban a la décima parte de ese volumen. Encima, acosadas por un gremio (Atilra, el Atila que por donde pasa deja tierra arrasada) que tiene su fortaleza en la Sunchales natal de SanCor. Crónica de una muerte anunciada.
Lo de Red Surcos es más clásico. Una empresa de insumos, nacida en Santa Fe, que fue creciendo bien pero muy apalancada en financiamiento costoso. Intentó innovar en productos agroquímicos clásicos, incorporando nuevas propuestas como la nanotecnología. Avatares del agronegocio, lo agarró la tormenta perfecta: bajos precios, dificultades de cobranza, caída del mercado por menor demanda tecnológica. Sin posibilidad concreta de salvataje externo, en un rubro muy competitivo donde hay marcas de mucho relieve y prestigio.
Lo que más duele es lo de Los Grobo. Allí brillaba su creador, Gustavo Grobocopatel, quien se supo ganar un espacio como el gran hombre de los agronegocios. Dejó correr el mote de “El Rey de la Soja”, que ayudó mucho en su momento porque mostraba que atrás del “yuyo” no estaba “la oligarquía” sino un gaucho judío. Condujo a la empresa en su crecimiento fulgurante, incluso en el plano internacional. Siembras en campo alquilado, venta de insumos y semillas, acopio y hasta alguna exportación. Incursionó con una filial en Brasil y una sociedad en Uruguay. Parecía imbatible.
Pero el negocio se hacía cada vez más grande y complicado. Hace diez años vendió la filial de Brasil. Y finalmente hace 8 años vendieron el 90% del paquete al fondo Victoria Capital, dedicado a aportar recursos a empresas que necesitaban resolver problemas financieros o requerían capital para su expansión. Gustavo y una hermana quedaron con el 10%. El se retiró del management y decidió cambiar de vida, pero no dejó muy claro que se había alejado de la empresa y el sector. Seguía siendo la cara visible, aportando su trayectoria, carisma y conocimiento de la agricultura mundial.
Por esta razón, la caída de Los Grobo tiene un contenido especial. Impacta en la imagen de un sector que, por su dinamismo, sigue siendo clave para la economía y la sociedad. Este es el mayor costo de lo que está sucediendo. En la presentación del concurso, la empresa explicó que el default se debe a la sequía, los precios internacionales, las retenciones, el atraso cambiario y otras calamidades. La realidad es que el campo la está pasando mal, pero está lejos de una caída en cascada.
Tres golondrinas no hacen verano. La vaca está viva, aquí y ahora.