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La historia de las medias y una lección sobre el tiempo, el dinero y lo esencial

A veces, la vida se siente como un maratón: corremos constantemente, siempre presionados por la necesidad de llegar primero. Nos vemos impulsados a seguir adelante sin pausa, sin tomarnos un momento para vivir, para disfrutar de las pequeñas cosas o simplemente para “ver un atardecer”. Porque, si nos detenemos, perdemos la carrera y alguien más ocupa nuestro lugar.

¿Cuántos de nosotros vivimos de esta manera? Ni siquiera nos tomamos el tiempo para levantar la mirada y observar a quienes nos rodean, a aquellos que más nos necesitan. Y, encima de todo, decimos que lo hacemos por ellos. “Trabajo tanto, corro tanto por mis hijos, para que tengan las oportunidades que yo no tuve”, pero, en el proceso, los estamos sacrificando. Perdemos a nuestros hijos, amigos y familia.

Viktor Frankl, al reflexionar sobre el vacío existencial que observaba en sus estudiantes, mencionaba algo que sigue siendo relevante hoy en día. De hecho, la situación actual es aún más grave que en su época. Como señaló el psicólogo William Damon:

“El problema más generalizado hoy en día es un sentido de vacío que ha atrapado a muchas personas, especialmente a los jóvenes, quienes atraviesan largos períodos de deriva, en un momento de sus vidas en el que deberían definir sus aspiraciones y avanzar hacia su realización. Para muchos jóvenes, la apatía y la ansiedad se han convertido en los estados de ánimo dominantes, y la desvinculación e incluso el cinismo han reemplazado el optimismo natural de la juventud”.

A largo plazo, la falta de propósito puede destruir los cimientos de una vida plena. El idealismo juvenil está siendo reemplazado por el deseo de adquisición material y seguridad financiera.

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En 1968, se les preguntó a los estudiantes universitarios de primer año cuáles eran sus metas personales. El 41% mencionó ganar mucho dinero como una de sus metas principales, mientras que el 83% deseaba desarrollar una filosofía de vida significativa. Sin embargo, en 1997, cuando se hizo la misma pregunta a estudiantes universitarios en Estados Unidos, el 75% respondió que lo más importante era estar bien posicionados financieramente, mientras que solo el 41% mencionó desarrollar una filosofía de vida con sentido como una prioridad.

Hemos dedicado demasiado tiempo a perseguir metas materiales, pero eso no proporciona sentido ni propósito de vida. Cuando el enfoque se coloca en el “tener” dándole más valor que al “ser”, nuestras prioridades cambian. Ya no vivimos según el paradigma “ser”, “hacer”, “tener”, sino uno invertido: “tener”, “hacer”, “ser”.

Es decir, nuestra identidad se basa en lo que poseemos, no en lo que somos. Antes, las personas importantes eran las famosas; hoy, los famosos son considerados importantes. Pero entender esto es comprender las consecuencias negativas de la falta de propósito: menor probabilidad de autorrealización, mayores niveles de angustia, depresión y ansiedad, y menores niveles de felicidad y bienestar general.

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Este fenómeno se profundizó después de la Revolución Industrial, que no solo introdujo las máquinas, sino también el concepto de administración del tiempo, productividad, utilidad y eficiencia, que se convirtieron en las palabras clave de la época.

Como dijo Søren Kierkegaard: “La mayoría de las personas busca el placer con tal apuro que lo pasan de largo”. De manera similar, George Eliot expresó: “Los momentos dorados del flujo de la vida nos pasan de largo, y no vemos más que arena. Los ángeles nos visitan y solo los reconocemos cuando ya se han ido”.

La historia de las medias

Hace muchos años, un hombre de negocios muy importante y rico falleció. Era un emprendedor reconocido que ayudaba mucho a la comunidad y logró que sus hijos hereden millones de dólares. Sin embargo, también les dejó dos cartas: una para abrir inmediatamente después de su muerte y la otra para abrir 30 días después, en el período conocido como los “shloshim”.

Cuando murió, sus hijos abrieron la primera carta y leyeron con sorpresa las instrucciones: quería ser enterrado con un tipo muy especial de medias. Les indicó exactamente dónde encontrarlas y les dijo que ese era su deseo. Un pedido extraño, pero era su último deseo.

Le pusieron las medias y lo llevaron a la jevrá kadishá, el grupo encargado del entierro. Aunque estas personas eran muy respetadas en la comunidad, tenían reglas claras, y una de ellas era que no se podía enterrar a nadie con ropa, ni siquiera con medias. Obviamente, se lo dijeron de manera respetuosa.

Los hijos respondieron: “Nuestro padre era un hombre generoso, una buena persona que donaba mucho a la comunidad. ¿Cómo no podríamos cumplir su último deseo?” Buscaron un permiso especial, pero todos los rabinos a los que consultaron dieron la misma respuesta: no se podía enterrar con las medias puestas. Les dijeron: “Quizás tu padre no conocía esta ley, pero seguro que ahora la aceptaría. Si hubiera sabido, no habría hecho este pedido”. Finalmente, los hijos aceptaron la decisión y enterraron a su padre sin las medias.

Pasado un mes, llegó el momento de abrir la segunda carta. En ella decía algo como lo siguiente: “Mis queridos hijos, ya sé que tuvieron que enterrarme sin las medias. Solo quería que entendieran que una persona puede tener millones de dólares, pero al final no puede llevarse consigo ni siquiera un par de medias. Así que, usen su tiempo y dinero de manera inteligente. Estén conectados con su familia, su comunidad, con sus amigos y sean siempre generosos”.

Esta historia nos despierta: a veces vivimos como sonámbulos, deambulando por la vida, creyendo que nunca vamos a morir, pero al final morimos como si nunca hubiéramos vivido. No quiero ser crítico, sino simplemente un despertador. Todos llegamos a ese momento en que nos damos cuenta de que lo verdaderamente importante es lo esencial, y lo demás es secundario. La clave es que no sea demasiado tarde.

La vida consiste en encontrar tu propósito y ser sincero con él. Es iluminar a los demás y generar un impacto positivo en el mundo. Se trata más de lo que damos que de lo que tomamos.

El Talmud tiene un dicho que dice: “La gente se preocupa por la pérdida de su dinero, pero no se preocupa por la pérdida de sus días. El dinero puede volver, pero los días no vuelven”. El verdadero enojo no debería provenir de la pérdida de dinero, ya que este puede recuperarse, pero el tiempo, una vez perdido, no tiene vuelta atrás. Y esto se refuerza con la famosa frase: “No cuentes los días, haz que esos días cuenten”.

Al final del día, pregúntate: ¿hice una buena acción por alguien hoy? Si no lo has hecho, no te duermas sin antes hacerlo. Llama a un ser querido, a un amigo con el que hace tiempo no hablas. Nunca, nunca dejes un día sin esa acción que haga que el día realmente cuente.

Obviamente, no podemos alargar la vida, pero sí podemos ensancharla. Que cada día cuente por una acción eterna, porque eso es el arte de ensanchar la vida.

¿Cómo invertir el tiempo? Dejando una huella, persiguiendo un propósito. Preocúpate por generar un buen nombre y dejar como legado a tus hijos la llave más preciada: un apellido que abra puertas, no que las cierre. Deja huellas, marca tu entorno, entrega más de lo que tomas. Porque eso es la inmortalidad: que tu recuerdo sea una bendición. Y como dijo Charles Chaplin: “Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos”.

Me despido diciendo que lo más importante en la vida es que lo más importante en la vida sea lo más importante en la vida.

Gracias.

(*) Rafael Jashes – Rabino

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