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El hincha, versión siglo XXI

Llegaste. No al estadio, sino a la ciudad, en otro país, que es parecido, pero no es el tuyo. Estás acá solo por amor a los colores, los de tu viejo y tus hijos, siguiendo a ese club que te constituye como persona, que es parte de tu historia y de tu vida, del que tantas veces renegás porque cambia tus estados de ánimo y porque es parte de un gran circo, pero que también es tu circo. 

Lo aceptás, porque el amor no es racional, y porque el corazón le gana a la cabeza.

Viajaste en avión porque el partido es muy lejos. Pagaste lo que no tenías para comprar el pasaje, te endeudaste en cuotas hasta el año próximo o quemaste ahorros solo para estar acá. La ilusión te condena.

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Las redes, los medios, los propios compañeros de viaje y la familia y amigos te sugestionan. A veces de manera exagerada, a veces con criterio. “Cuidate”, “no vayas a tal lado”, “no te pongas la camiseta”. 

Lejos de casa, en otro país, en la ciudad más poblada del continente –una megalópolis que te abruma– te encontrás todo el tiempo con hinchas que llevan los colores que te recuerdan que sos parte de un movimiento, y que estás acá sólo por esa razón.

La Policía te hace sentir extranjero. Te maltrata, te verduguea, convierte tu viaje en una pesadilla. Diseña un operativo absolutamente discrecional con la única intención de demorarte y que llegues tarde a la cancha.

Pero no importa. Llegás, como siempre, como sea. En la tribuna, bajo un diluvio bíblico, alentando a tus colores, pensás en ‘mirá hasta dónde vine’. Y en ese estadio hermoso y distinto al de tus fines de semana, llega el gol que paga el viaje: un caño, un amague, una pared, el tiro que desata la euforia más hermosa, los abrazos con desconocidos y un grito que se prolonga hasta el agotamiento. Con la garganta raspada de cantar, el gran circo se diluye en una escena casi amateur, de otro tiempo, con Discepolín gritando sobre el hincha, el que da todo sin esperar nada. Mojado como hace años, adulto pero movilizado como en la infancia o adolescencia, sentís que fuiste parte de algo hermoso y de que tu grito sirve: hay que alentar a los jugadores que llevan los colores de tu vida.

Todo valió la pena.

Y aguante Racing.

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